Me decía, hace años, una señora mayor que la Virgen cambiaba de semblante cada vez que salía y volvía para el Carmen. Yo pienso que las imágenes que de verdad nos cautivan cambian de semblante en cuanto cambiamos nuestra forma de mirarlas, y será triste con nuestras penas y alegre con nuestras alegrías. Esto ocurre naturalmente con nuestra Virgen del Carmen, porque unas veces la vemos amiga, otras, confidente; otras, consejera; siempre, Madre.
Precisamente últimamente la veo con un semblante distinto, más sereno, infinitamente radiante; pero lleno de tristeza, seguramente debido a la Pandemia; créanme lo que les digo: como la Madre que se siente apenada de sus hijos.
Tengo claro que su poder es infinito, que nos agarremos fuerte a su ser que es el único camino, que Ella está siempre ahí para ayudarnos, que nos llenemos de misericordia, que le recemos con fervor, que aún no está todo perdido, que luchemos contra el dolor, que en Ella encontraremos alivio; pero que Ella no cura, cura el amor, cura la fe, la fuerza de quererla.
Por lo tanto no pierdo la Esperanza, llegará el momento que la Virgen tendrá una sonrisa nueva y nosotros una seguridad distinta que irá más allá de nuestra confianza en Ella.
Sigamos dándole gloria y que Ella nos siga cubriendo, como hasta ahora, con su capa blanca y su Santo Escapulario, relicario de amor y protección sobro nosotros. Que nos alcance del Espíritu Santo, del que Ella estuvo llena, la gracia de la conversión y nos convierta en luz para iluminar y llevar a Cristo a los demás.
Salvador Fornell Manito
Hermano Mayor