En el corazón de todos los isleños; en los de ayer y en los de hoy; y también en las generaciones futuras, late el amor entrañable a nuestra salinera y cañailla Virgen del Carmen.
Es algo innato nuestro, como puede ser para el hombre en general el amor a los padres. Un sentimiento con el que se nace, y por el que se muere.
Pues bien, ese amor de los isleños a su Virgen, esa devoción de un pueblo hacia la Señora de la capa blanca, que habita muy cerca de los caños, vibra de entusiasmo porque después de una larga espera, debido a su restauración, va a lucir de nuevo su manto.
Pensemos en un momento o más bien reflexionemos; cuántas reuniones, cuántas peticiones, cuántas decisiones, cuántas alegrías, cuántas preocupaciones, cuántas…; pero el final de todo ello no es sino la recompensa del trabajo bien realizado, una recompensa que desde estas líneas quisiera que llegase a todos y cada uno de los que de una manera u otra han hecho posible esta realidad.
Ofrezcamos este trabajo como flores a la Flor del Carmelo y que nos acoja, una vez más, bajo ese blanco y salado manto Carmelitano.
Salvador Fornell Manito
Hermano Mayor